La esperanza es lo último que se pierde
En el mes de la mujer, decidimos hablar con Micaela Catalán Verón, hija de David Catalán y María de los Ángeles Verón, joven secuestrada en 2002 por una red de trata de personas. Quisimos conocerla, más allá de la lucha que lleva a cabo con su abuela, Susana Trimarco.
Micaela tiene 14
años, pero desde hace 11 que vive con sus abuelos en su casa de
Tucumán. Es amante del arte y de la música, le gusta un poco de
todo como Charly García, Nicki Minaj o Lady Gaga. Entre sus
preferencias de lectura están los policiales, aunque aclara: “No
tengo autores favoritos”. Además le gusta mucho dibujar y
especialmente hacer murales; actividad con la que empezó hace poco,
realizándolos sola o acompañada.
Dibujar
es una pasión que heredó de su mamá, María de los Ángeles Verón,
más conocida como Marita. “Me contaron que siempre dibujaba
soles”, afirma Micaela que, por su fanatismo al arte de su madre,
se lo tatuó en la piel: “Me lo hice porque es un sol que dibujaba
mi mamá cuando estaba embarazada de mí”. A su abuela, Susana, al
principio no le gustó la idea de hacérselo, pero después entendió
y accedió al pedido de su nieta.
Su
vida es como la de cualquier otro adolescente, aunque claramente ella
no es una típica chica más. Va al colegio a la mañana, estudia
bastante, es una estudiante aplicada, y a la tarde, con sus
compañeros de La Campora mantienen un merendero en las afueras de su
provincia. También tiene su grupo de amigos con los que sale y son
su cable a tierra: “Son lo mejor que tengo”.
Según
ella hace lo mismo que el resto de los chicos de su edad, o casi lo
mismo, y a pesar de tener que estar constantemente custodiada, ella
dice que “no hay nada que no haga y le gustaría hacer”. Dentro
de sus proyectos aún no ve algo concreto, aunque sí cuenta que
quiere estudiar o hacer “trabajo social y algo relacionado con el
arte”.
Aún
así, pareciera no haber descanso en esta mujercita de 14 años. Su
activismo, su presencia en actos y su voluntad por el cambio son
hechos que su abuela aprecia. “Está contenta”, explica Micaela.
Gran parte de su tiempo lo dedica a la fundación que lleva el nombre
de su madre, “María de los Ángeles”. La organización lucha
contra la trata de personas y además asiste de forma gratuita a las
víctimas de éste delito.
Su
participación en la red social Twitter también se hace notar. Sube
desde imágenes de su vida cotidiana, pasando por los murales que
pinta, los actos en los que participa, hasta letras de canciones.
Contesta mensajes (que son muchos, teniendo en cuenta las 19 MIL
personas que la siguen), difunde campañas relacionadas a la trata,
boga por la igualdad de género y, por sobre todas las cosas, por el
derecho a la vida de todos los seres vivos.
Historias
familiares
Sabemos que Micaela
creció bajo el cuidado de sus abuelos, pero también de su padre,
según nos contó. Además de ellos, tiene en su familia a sus
primas, tías/os y tíos abuelos. Pero no es un tema que toque
demasiado. Cuando le preguntamos si hubiera preferido que su abuela
permaneciera en silencio, respecto al secuestro de su mamá, una
negativa rotunda llenó sus labios. Y afirmó que esta es una lucha
para toda la vida.
Hay
familias que creen que ocultando la verdad se hace libre al que la
ignora. Pero Susana Trimarco siempre fue transparente con su nieta.
“Dormimos en plazas, estuvimos viviendo con travestis, en todas las
investigaciones estuve yo… entonces, era más que suficiente para
darme cuenta. Además, hablaban el tema delante de mí”, explicó
en una entrevista a Perros de la Calle.
En
otra oportunidad, Micaela se definió como una chica “histérica”
y “de carácter muy fuerte”. Por eso quisimos saber si surgían
diferencias o coincidencias con su abuela. “Supongo que es como en
todas las familias, a veces estás de acuerdo y a veces no”, nos
contestó.
Que ven cuando
nos ven…
Cuando una persona
sale al mundo, su imagen deja de estar dentro de lo que reconocemos
como ámbito privado. Uno empieza a tiene una visión de sí, pero
hay quienes intervienen en el juego de la vida. También está la
visión de aquellos que nos rodean, sean familia, amigos o
desconocidos.
En este sentido,
Micaela se ve a sí misma como “una chica normal que milita contra
la trata de personas, nada más…”. Pero lo que para ella se
presenta bajo la forma de lo normal, a nosotras se nos aparece como
diferente. Creemos que su caso es poco común y que trasciende,
incluso, a sus 14 años.
La trata de personas
ocupa en su vida un gran lugar, quizás mayor al que debería por su
corta edad. Micaela piensa que “por ahí nos tocó sufrir mucho a
las dos (a ella y a su abuela), pero quizás es para que otros no
sufran”.
Sin elegir este
camino, obligada a transitarlo, ella elige hacerlo pensando que su
sufrimiento será suficiente para que muchos otros no tengan que
padecer lo mismo que ella tuvo que pasar, y así lo afirma en una
nota que le hicieron para el portal web miradorvirtual.com: “No lo
tomo como una obligación. Me parece que es nuestra responsabilidad
que la gente tome conciencia sobre este tema, que es muy peligroso y
complicado. De la misma manera que te pueden robar un celular en la
calle, también te pueden robar a vos”.
A pesar de llevar
una gran cruz a sus espaldas, Micaela la toma como una oportunidad
más, no sólo para buscar y encontrar a su madre, desaparecida hace
10 años, sino también ayudando a más chicas que son víctimas de
la trata. Ella no se considera un referente, o un ejemplo a seguir,
pero para muchas de esas mujeres, a las que ha ayudado
indirectamente, ella es su heroína, la personita que, sin
conocerlas, les dio una mano y las salvó de su calvario.
En
este mes, donde se honra a las féminas, a su condición, a sus
derechos, hablamos con Micaela Verón viéndola ya como una mujer.
Lejos ha quedado la creencia de que se es realmente mujer sólo por
contraer matrimonio o traer hijos al mundo. Eso es sólo una parte de
nuestro universo, una punta.
Como
todos los seres humanos, somos complejas. Por eso es maravilloso que,
todavía, tengamos una juventud que nos recuerde las otras partes
del universo femenino. Esas que nos hacen ser en plenitud y acaban
por liberarnos.
por
Cintia Rivera y Florencia Gatell
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