La educación busca desarrollar la capacidad intelectual y afectiva de las personas para que se integren y participen de la
cultura y sociedad a la que pertenecen. Busca formar individuos con
conocimientos que incluyen pero no se limitan solamente a la alfabetización,
las operaciones matemáticas o las capitales de las provincias. Educar también
se trata de transmitir costumbres e inculcar valores. Educar también tiene que
ver con inspirar, abrir puertas, trazar caminos, ofrecer herramientas y recursos
para que quienes las reciben puedan seguir construyendo y, por qué no, tomar el
rol de educador en el futuro para repetir la tarea desde el otro lado. Cada
niño o niña tiene sus aptitudes, sus fortalezas e intereses, y la educación
puede ser (debe ser) uno de los cinceles que dé forma y belleza a todo ese
potencial.
Todos los 9 de agosto se celebra el día de la Educación Especial,
el sistema que asegura el derecho a la educación de las personas con
discapacidad. Al objetivo de educar se suma el de brindar igualdad de
oportunidades a quienes tengan una discapacidad permanente o temporal,
garantizando su integración en todos los niveles y modalidades de acuerdo a las
necesidades individuales de cada persona.
Desde hace casi tres años trabajo días tras día con docentes
que dedican sus mañanas, tardes y muchos ratitos de su tiempo libre a pelear
por una educación especial justa, inclusiva, de calidad y, por sobre todas las
cosas, encarada desde el amor y la vocación. Cuando los niños entran por la
puerta del colegio y su maestra, psicopedagoga o fonoaudióloga los recibe con
un beso y un abrazo, esa pasión por lo que hacen brilla en sus ojos y se ve
reflejada directamente en la sonrisa del alumno que contento muestra y comparte
sus avances.
Esos avances, los pequeños pasos, los pasos grandes, las
metas que parecían lejanas pero a las que se llega con esfuerzo, se celebran en
lo cotidiano sin dejar de lado ninguno. No importa si el logro fue posible
gracias al trabajo de quien felicita a ese niño, o si fue otro el profesional
que trabajó con él hasta conseguirlo: el logro siempre es, primero y principal,
de ese alumno que puso tanto esfuerzo, dedicación y voluntad para completar con
su aprendizaje el trabajo del docente que le abrió los brazos y le brindó todo
su conocimiento para que lo tome y lo haga propio.
Veo por día a alrededor de una centena de alumnos, y todos
ellos llegan y se van con una sonrisa. También sus docentes. Hacia el final de
la jornada muchas veces con la sonrisa se mezcla cansancio, por supuesto. A
veces el cansancio lo sienten desde la tarde anterior y lo traen consigo a
cuestas cuando entran a la escuela por las mañanas. Pero la sonrisa nunca
falta. La vocación es más grande, más fuerte, más hermosa que cualquier
circunstancia. La vocación de ellos de enseñar, y la vocación de los alumnos de
aprender.
La educación especial estimula, inspira, incluye. Dibuja
cielos con crayones, moldea llaves en plastilina que abren puertas enormes a
lugares hermosos. Contiene, escucha, aconseja, abraza, seca lágrimas (propias y
ajenas). También ríe, sueña, e incita a otros a reír y a soñar. Se trata de
compartir y celebrar, y por eso merece ser compartida y celebrada.
Por Daiana Vaquero Vega para Proyecto Pura Vida
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