El que no hace nada por nadie tiene la firme creencia de que existe, fuera de su persona, una entidad contundente y poderosa, pero que no actúa lo suficiente; esa entidad se llama “alguien”. “Alguien tendría que juntar firmas para que arreglen la plaza!”; “Alguien debería ocuparse de la Biblioteca del barrio!”; “Alguien tendría que mandar cartas al correo de lectores de los diarios!”. Y cierra su alocución con un convincente: “Qué barbaridad!” Circula entonces por la cotidianeidad ajena con un rictus amargo, mirando hacia sus dos costados buscando al mentado “alguien”. Pero el “alguien” es tan inoperante, en su criterio, que jamás da la cara. De modo que su estática vida tiene una asegurada provisión de insatisfacción, retroalimentada a perpetuidad.
El que hace, en cambio, sabe que el primer “alguien” es él mismo, y que son sus propias actitudes las que fomentarán que “algo” se transforme en el entorno. Promueve, inspira a otros, acciona, intenta, fracasa y se levanta, busca aliarse con sus pares… asume el compromiso empírico de ser agente de cambio.
De nosotros depende ser el que no hace nada por nadie, o el que sirve. Y a veces puede sucedernos que, sin advertirlo, estamos actuando a partir de los patrones interiores del que no hace nada por nadie. Entonces uno necesita ser gentil y firme consigo mismo… para cambiar de carril y no quedarse a vivir allí!
Por Sofi Sanz
Muy buena reflexión.
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