Una reflexión sobre los sistemas educativos y laborales.
El día había sido largo y me dolían los pies. Sin embargo, ahí estaba, firme, en una clase de economía. La profesora iba y venía dibujando conceptos sobre el pizarrón, aclarando dudas. Luego de desplegar un cuadro sobre bienes y servicios, comenzó a hablar sobre la manera en la cual producimos. Es decir, la forma en la que explotamos los recursos naturales, los medios que utilizamos para ello, etc. Como pilares fundamentales señaló la Tierra, el Capital y el Trabajo.
Para ese entonces, el reloj marcaba 21 horas con 30 minutos. Tras detallar las primeras definiciones y dar ejemplos, habló sobre el Trabajo hasta desembocar en la población. Ésta, según nos contó, se clasifica como activa e inactiva.
Dentro de la primera clasificación, se encuentran los individuos ocupados (que trabajan) y en la siguiente los desocupados (que no trabajan). El número total se saca a partir de ambas categorías. Esto se hace porque la creencia señala que, en un momento próximo, volverán al mercado laboral.
Las palabras de la profesora salían mecánicamente de su boca, aunque con cierta dulzura. Al llegarle el turno a la población inactiva, una lista más larga apareció entre las flechas: jubilados, niños, amas de casa, estudiantes y discapacitados, entre otros.
No coincidí con amas de casa, ni tampoco con discapacitados. Lo de amas es personal. Mi madre es una ardua trabajadora independiente, que mantiene el hogar y genera sus ingresos. Esa idea de “ama de casa” me parece muy antigua, además de referir a una concepción machista.
En cuanto escuché que las personas con discapacidad también eran consideradas inactivas, una mezcla de impotencia y vergüenza me invadió entera. ¿Cómo es posible que la sociedad siga creyendo en estas cosas? ¿No es momento de actualizar los contenidos, de cuestionarlos?
Una persona con discapacidad tiene sus tiempos. Es preciso entender que esto no los hace menos capaces que nadie para laburar. Todos tenemos la posibilidad de ser y creo, sinceramente, que debe ser horrible que una gran parte de la sociedad te quite eso por verte como alguien diferente. ¿Acaso no lo somos todos?
Pero hay personas y personas. Por eso será que existe Cascos Verdes, una asociación civil sin fines de lucro que trabaja a favor de la inclusión social y la conservación ambiental. Según lo que aclaran en su web, “creen que para lograr una sociedad más inclusiva y amiga del medio ambiente, es necesario el compromiso y la participación de todos los miembros de la comunidad”.
Lo que hace Cascos Verdes es dar oportunidades a personas con discapacidad para que, en dos años, tengan una carrera universitaria relacionada a temas medioambientales. Los chicos y chicas que forman parte de esta propuesta educativa, al terminar, tienen la posibilidad dar charlas en colegios.
Y no se quedan ahí. Dos de los chicos que pasaron por CV, hoy trabajan en empresas argentinas de primer nivel. Una de ellas es Peugeout Citroen, que contrató a Analía Ceballos. Ella trabaja haciendo liquidaciones de haberes, además de encargarse de la atención de personal.
¿Sorprendidos? Pues deberíamos no estarlo. Deberíamos hacer de esto algo normal. Ell@s tienen los mismos derechos que nosotros, aun cuando sean discapacitad@s. Deberían poder ser parte de ese sector activo, que trabaja y genera ingresos. Que trabaja y crece. Deberíamos apostar por nuevos sistemas educativos, que incluyan a tod@s aquell@s que quieran estudiar y ser.
Esto no es creer ni reventar. Es real y está pasando. Puede que la utopía en su totalidad sea irrealizable, inabarcable o lo que se quiera. Pero al menos sigamos caminando, sigamos en movimiento por el cambio, que hay mucho por construir.
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