La mayoría de nosotros hemos escuchado y leído acerca de los
conceptos vínculos sanos o vínculos tóxicos pero ¿somos capaces de
reconocerlos en nuestro día a día?
Es importante comprender que los vínculos son dinámicos y
pueden atravesar diversas fases. A partir de esta situación, el primer error
que se presenta a la hora de toparnos con una relación que se ha tornado tóxica
es la justificación. Pensamos que son actitudes del momento y causadas por un
malestar pasajero cuando contrariamente el proceso de conocer a una persona no
se efectúa en dos días sino que es prolongado, se deja de idealizar a dicho
sujeto para tener contacto directo con su entera naturaleza.
La manera que elegimos para vincularnos con el entorno está
directamente relacionada con nuestra manera de ser y de sentir: la identidad y la autoestima. Somos una construcción realizada a partir de los contextos en
los que hemos transitado nuestros años de vida. Toda actitud y personalidad
tienen un por qué.
Además, es de suma relevancia no encasillarnos en una
postura condenatoria hacia nosotros mismos, “me lo merezco”, “por algo es”. Eso
es dañino y nos arrastra a la costumbre del maltrato. ¿Qué situaciones deberían alertarnos?
1. No existe la
confianza en el vínculo. Es por ello que ninguno de los dos puede contar con su
privacidad e intimidad. Todo se vuelca al mundo de la relación como prueba de
lealtad. En tiempos de conexión constante, el ejemplo claro puede ser la
invasión sin consentimiento del celular ajeno con presencia o inclusive ausencia
de la otra persona.
2. Sentir temor
por actuar, pensar o expresarte tal cual lo deseas y querés. Existe una
relación intimidatoria de uno sobre el otro, donde vence el miedo. El resultado
más evidente es el sentimiento de culpa confundido con la lealtad. A una
persona no se “le debe” fidelidad sino que se elige y siente. No sos
propiedad de nadie, la libertad debe ser primordial para lograr un vínculo
saludable.
3. Se normaliza la denigración, el maltrato y las malas formas de expresión. Se justifican
las actitudes que no concuerdan con la otra persona con golpes verbales que
duelen al autoestima. Dichas actitudes pueden denominarse en general envidia, no
alegrarse por el progreso del otro sino tomarlo como un rival. El vínculo debe
estar desarrollado y fundido desde el respeto mutuo. Es en las buenas acciones,
el reconocimiento y la atención donde se crea una relación sana.
Lo fundamental es reconocer cómo te sentís al relacionarse
con el otro. Si se pueden encontrar situaciones que nos dejan tristes,
angustiados, enojados o decepcionados, ese vínculo resta antes que suma. Todas
las emociones merecen ser vividas pero depende de nosotros valorarnos y
ponernos en un lugar de privilegio.
Una vez que me reconozco en un vínculo que trae efectos
negativos en mi persona, es primordial hablar. Si no se puede realizar con un
familiar, acercarse a un amigo. En caso contrario, acudir a un terapeuta quien
puede ver de forma objetiva la situación y acompañarte en el camino a la
sanación. No estás solo o sola, hay muchas manos para sostener y guiarte, solo es
cuestión de poner en movimiento y reacomodar piezas que nos generan bienestar
en todos los ámbitos que nos rodean para dejar atrás aquello nos dañó.
Por Barbara Rosenberg para Proyecto Pura Vida
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