En un artículo para La Nación Gustavo Iaies nos brinda un panorama actual sobre lo que nuestros jóvenes nos están pidiendo a nosotros los adultos y a la educación. Ellos mismos son los que nos exigen mayor compromiso y un marco de referencia. Son ellos los que piden más límites y que les enseñemos, desde el ejemplo y la participación, cómo prepararse para el mundo adulto.
Leerlos es una invitación a conocerlos más y replantearnos dónde estamos fallando.
El debate de la educación está planteado... Debemos cambiar para crecer como sociedad y acompañar a las nuevas generaciones para lograr el mejor desarrollo posible.
Desde Proyecto Pura Vida durante todo este mes de la Educación, ofreceremos material que nos invitará a reflexionar sobre el tema.
Están todos invitados a participar!
Los jóvenes piden sentido común - Por Gustavo Iaies
Es
probable que en el imaginario social de los argentinos ser joven o
estudiante esté asociado hoy con la idea de transgresión. Como si se
aceptara socialmente una generalización según la cual los chicos no
saben lo que quieren o se plantean causas imposibles o violan las
normas.
Sin
embargo, una encuesta realizada este año por el Ministerio de Educación
entre chicos de 11 a 18 años parece contradecir esa visión común y
muestra un aspecto menos conocido de cómo se ven a sí mismos y qué
piensan los adolescentes.
Basta
leer algunas respuestas. Según el sondeo, el 79% de los chicos cree que
al terminar el secundario seguirá estudiando y un grupo importante de
ellos se imagina también trabajando. Parecen chicos que tienen claro
adónde ir y una interesante conciencia de lo que necesitan para alcanzar
un mejor futuro.
La
idea de qué significa para ellos ser un "joven respetable" tampoco se
parece a la que los adultos tenemos de ellos. Casi ninguno cree que usar
ropa de marca, saber mucho de Internet o "hablar bien" te vuelva
respetable. Las conclusiones del estudio revelan que tener prácticas
solidarias, un buen desempeño en la escuela y "vestirse bien" (más allá
de la marca o calidad de la ropa) son los factores que determinan -según
las respuestas de los chicos- que un adolescente sea "querido/a y
reconocido/a por todos".
Con
estas respuestas, casi se podría decir que lo que los chicos perciben
de ellos mismos y de su generación parece una mirada más adulta que
adolescente.
Ocurre
que la encuesta realizada por el Ministerio pone en evidencia algo tal
vez inesperado: los muestra más cercanos al sentido común, a la
racionalidad. No plantean consignas abstractas, utopías, sino
simplemente una idea de futuro posible, realista y alcanzable.
Las
conclusiones de la encuesta del Ministerio coinciden ampliamente con
los primeros resultados de un estudio cualitativo que el Centro de
Estudios en Políticas Públicas (CEPP) viene trabajando en la ciudad de
Buenos Aires, con alumnos de escuelas secundarias, profesores y
rectores. A la pregunta sobre cómo definir una buena escuela, los
adultos ponen el acento en la contención, la inclusión, el compromiso.
Los jóvenes dicen "una buena escuela es aquella en la que podés aprender
mucho". La comparación de las respuestas resulta muy sorprendente: los
chicos parecen más claros, más puntuales, menos "vuelteros".
Cuando
la discusión es sobre qué es un buen profesor, los adultos hablan del
compromiso con los alumnos, con la institución, la capacidad de atender
los procesos y las demandas de éstos. Ellos afirman: "Es uno que sabe,
que viene todos los días y que da clase". Y agregan: "Eso que dicen los
profesores que te dan autonomía te confunde más. Lo que te sirve es que
te vayan tomando exámenes para saber cómo vas, que te ayuden a
ordenarte".
La
idea de "que te ayuden a ordenarte" se repite en un trabajo que el CEPP
está haciendo con preceptores de la ciudad de Buenos Aires y la
provincia de Córdoba, la percepción de que los jóvenes tienen muchas
dificultades para construir rutinas de trabajo, métodos. Esa aparece
como la principal dificultad que encuentran para alcanzar una
escolaridad exitosa.
Necesitan adultos que puedan ayudarlos a ordenarse, a construir pautas, y no parece que los estén encontrando.
A
la pregunta por los problemas de la escuela secundaria responden: la
ausencia de límites y de autoridad de los docentes, la cantidad de
materias y la forma de dictado, que los profesores faltan y a veces,
aunque vienen, no dictan clase.
Parece
mentira que los propios chicos pidan límites y autoridad, y eso se
conecta con la demanda de "que te ayuden a ordenarte", la necesidad de
que los adultos "hagan de adultos" y en lugar de dejarlos tan solos
eligiendo su propio camino, descubriendo sus propias formas de lograrlo,
les den guías, pautas, certidumbre. Tienen bastante claro adónde
quieren ir, pero necesitan que los ayudemos a encontrar el cómo, que los
ordenemos, que nos comprometamos más, planteándoles un sendero y no
dándoles una autonomía que, a veces, encubre el abandono.
Pareciera
que hemos pasado de unos padres y docentes autoritarios, contra los
cuales era fácil rebelarse, pelearse y discutir, a unos que no ofrecen
flancos, que son tan flexibles que generan confusión, que dejan de ser
una referencia. De unos adultos que se diferenciaban y marcaban
claramente los roles, la distancia, que te cuidaban y en esa protección a
veces "te ahogaban", pasamos a unos que por momentos quieren ser
amigos, compinches, te confunden y te dejan solo.
Hace
unas semanas, en un programa de televisión, el presidente del centro de
estudiantes de una de las escuelas tomadas decía: "Nosotros acordamos
con la rectora que no habría sanciones ni nos pondrían las faltas; los
profesores nos dicen que están de acuerdo con nuestra lucha, aunque no
con el método, y nuestros padres nos apoyan".
Pero
¿entonces se puede o no se puede tomar la escuela? Si los encargados de
"ser" la ley apoyan la violación de ésta, ¿los chicos están siendo
transgresores? ¿Cómo transgredir unas normas que nadie sostiene? ¿Cómo
ser "rebeldes" peleándose con unos adultos tanto o más "rebeldes" que
ellos mismos?
Estamos
ante jóvenes distintos de los que nosotros fuimos y, a veces, nos
cuesta comprender que no son "nosotros mismos", sino ellos, en otro
momento, en otra sociedad. Parecen mucho menos transgresores, mucho
menos confrontativos con la norma; en realidad, más que incumplirla, no
la registran, han perdido la percepción del peso de la ley, porque los
adultos no logramos transmitírselo.
Los
chicos muestran un enorme sentido común, un menor espacio para el vuelo
y la transgresión. Es que para poder transgredir uno necesita que
alguien lo cuide, le garantice que es libre de innovar porque, si esa
innovación falla, ese otro nos cuidará y no nos pasará nada. Si no
tenemos garantías, entonces no podemos jugar a innovar, a transgredir;
mejor mantenernos dentro del orden, del sentido común, de la
certidumbre, porque no tendremos "red de seguridad".
Por
momentos, pareciera que estamos ante una generación que, parafraseando
al Mayo Francés, plantea "el sentido común al poder", contra sus padres,
que se han quedado anclados en aquella reivindicación de la
"imaginación al poder". Estos chicos no quieren pedir lo imposible,
porque eso ya lo piden sus padres, maestros y dirigentes. Ellos quieren
profesores que enseñen, padres que los cuiden y les marquen un camino,
dirigentes que mejoren la vida cotidiana de la sociedad, no mucho más
que eso.
Probablemente
haya llegado la hora de entender que parte de la responsabilidad social
es ocupar un "rol", de padres, maestros, jueces, dirigentes. Eso
implica, más allá de la libertad de cada uno, entender que tenemos una
función en la sociedad, que opera como referencia para los demás. Y esto
no quiere decir volver a los roles del pasado, porque en este recorrido
de flexibilización, acercamiento, horizontalidad, ellos y nosotros
hemos ganado mucho. Relaciones de mayor confiabilidad, modos más
directos de transmitir el afecto. El problema es que necesitamos que ese
acercamiento no "desdibuje" los roles.
Cuando
hablamos de una escuela democrática debemos tener claro que es una
institución en la que los chicos tienen un diálogo más cercano con los
docentes, pueden preguntar por las normas, incluso discutirlas. Pero no
hablamos de una institución de pares: la relación entre docentes y
alumnos es básicamente asimétrica, la escuela la gobiernan los adultos
porque son los responsables del bienestar y aprendizaje de los chicos.
Cuando
hablamos de familias más horizontales, hablamos de casas en las que se
puede conversar, discutir, cuestionar. Pero eso no quiere decir que no
haya reglas que fijan y hacen cumplir los adultos, y no solamente cuando
están de mal humor o se enojaron por algo.
Hemos
ganado mucho en la cercanía, el respeto y el diálogo en la relación con
los chicos. Pero necesitamos recuperar referencias, pautas de
ordenamiento y guía, que es lo que nos están demandando.
Si
no logramos transmitirles la idea de ley, de orden, de esfuerzo, les
será muy difícil ser quienes quieren ser, cumplir sus objetivos... ser
felices.
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