La vida es un constante
proceso de nacimiento, juventud, envejecimiento y deceso; nadie puede escapar
de este círculo. Desde que llegamos a este mundo, muchos de nosotros, contamos
con la asistencia y el cuidado de nuestros padres; ellos son nuestros guías y
pilares. A medida que crecemos, y nos desarrollamos como seres individuales,
nos vamos alejando de la necesidad de tener su contención y su apoyo -aunque
siempre las necesitaremos-. Pero llega el momento por cualquier causa de la
vida son nuestros padres los que pierden su autonomía y necesitarán de nuestra
ayuda para poder vivir.
Más allá de cada historia
familiar en particular, a partir de ese momento los roles cambiarán y “nuestros
viejitos” dependerán de nosotros. Según la psicóloga española Victoria Artiach Elvira,
esta es una circunstancia que afecta a toda la familia, incluido el propio
adulto mayor
Pero,
qué nos pasa cuando llega el momento de hacernos cargo de nuestros padres o
abuelos? ¿Qué sentimos? ¿Cómo reaccionamos?
Según
la especialista, esta situación provoca diversas reacciones que pasan por diferentes fases. Veamos cuáles son:
1. NEGACIÓN: racionalmente sabemos que este día llegará, pero
no es fácil aceptarlo. Nuestras emociones, mejor dicho el niñ@ que llevamos
dentro desea que nada cambie y que nuestros padres no sufran. Pero es probable
que al encontrarnos en esta situación, por ejemplo retomando la convivencia con
el adulto mayor, la negación de las dificultades reales que presentan, dificulten
la relación.
2. CONFUSION:
cuando ya nos es imposible negar la situación, surgen las dudas. ¿Cómo podré
atender a mis padres? ¿Con qué dinero lo haré? ¿Tendré tiempo para hacerlo y
también para continuar con mi propia vida? En esta fase, las reacciones que se
producen van desde la hiperactividad a la pasividad o bloqueo, también podemos
tener pensamientos obsesivos que nos impiden encontrar soluciones.
3. CAOS
EMOCIONAL: la dependencia de nuestros padres provoca sentimientos
contradictorios: nervios, irritabilidad, pensar que nuestros padres actúan como
niños, angustia. Frecuentemente sentimos frustración y nos debatimos entre el
enojo y la culpa. Amamos a nuestros padres, pero nos cuesta convivir con la
enfermedad o la dependencia que generan. Dudamos, tenemos miedo respecto al
futuro, al sufrimiento. Nos volvemos intolerantes y críticos por la
frustración, sufrimos y les causamos sufrimiento.
4. LA
DEPRESION: muchas veces, la lucha entre la frustración y la culpa nos lleva a
la depresión. Si no pudimos hacerlo antes, este es un buen momento para
recurrir a un profesional para buscar una solución y ayuda para elaborar la
situación.
5. LA
ACEPTACION DA PASO A LA TERNURA: con la ayuda psicológica, podemos entender una
nueva manera de ver a nuestros padres. Luego de la aceptación, el miedo y el
enojo desaparecen, dando lugar a una nueva manera de relacionarnos con nuestros
viejitos y dando paso al cariño, reconocimiento y agradecimiento por todo lo
que hemos recibido a lo largo de nuestra vida. Así, la ternura se instala y
todo puede fluir normalmente.
Como afirma la psicóloga
española, todas estas fases son absolutamente normales y le pasa a todo el
mundo. No somos malos hij@s por sentir confusión o no saber cómo actuar. Lo más
importante es llegar, lo más rápido que nos sea posible, a la fase de
aceptación porque ella nos facilita bellos encuentros plenos de ternura.
Plantarnos ante la posibilidad de vivir el nuevo ciclo de manera serena y
asumir la tercera edad como una etapa normal es muy importante para valorar el
presente y darnos la oportunidad de disfrutarla amorosamente.
Por Viviana Zichert para Proyecto Pura Vida
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