viernes, 20 de septiembre de 2019

Cómo construir las raíces de una nueva inclusión


#Inclusion

El 19 de septiembre se celebró el Día de las Personas Sordas en Argentina, conmemorando la creación del primer instituto nacional para personas sordas, la Escuela Bartolomé Ayrolo, en 1885. Este día fue fuertemente invisibilizado por la sociedad: no se habló en redes sociales de la misma forma que se habla del Día del Niño o el Día de la Madre o Padre, ni tampoco se discutió el por qué de ese día.
Pero aunque la mayoría de las veces no se reconozca, su difusión crece cada vez más. Esto se debe principalmente a organizaciones como la CAS (Confederación Argentina de Sordos). Fundada en 1957, la confederación tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de las personas sordas y, a la vez, preservar, proteger y promover los derechos humanos, civiles y lingüísticos.


Ellos nos plantean una nueva forma de ver a la pérdida auditiva. Primero, cuestionándonos si es una discapacidad: “La discapacidad es un término por el que se da a entender una consecuencia de la deficiencia física o mental en una persona. Ahora, la ausencia de audición, ¿es una deficiencia? ¿es realmente una discapacidad hablar otro lenguaje? A un extranjero no se le considera discapacitado por el simple hecho de no conocer un idioma que no le es propio”. 

La discapacidad no está en las personas sordas, sino que está en el entorno que construye barreras en la comunicación con las personas “oyentes”. “Ahí radica el problema, porque conviven (o chocan) dos culturas y lenguas distintas”, nos explican.

La dificultad reside, entonces, en la comunicación y en el trato. Las personas sordas (tanto las usuarias de la Lengua de Señas Argentina como las que utilizan la oralidad) no sólo no tienen acceso a información en su idioma, sino que también se ven excluidos en distintos ámbitos.

El Estado no se encuentra presente: “no hay acceso a subtitulados y espacios destinados a intérpretes en canales abiertos ni a los servicios de interpretación en los organismos públicos del Estado, así como tampoco en los ámbitos laborales”.

En la educación, notamos algo similar. El sistema educativo es muy arcaico a la hora de adoptar medidas para la comunidad. A pesar de que en la Ley 26.378 se reconoce que las lenguas de señas poseen igual estatus que las lenguas orales y que deben ser respetadas y promovidas, esto no se aplica. “Hoy se piensa que la ‘inclusión’ es poner a niños sordos en colegios de oyentes sin pensar estrategias específicas para ellos, cuando en realidad esto no funciona. Para incluirlos, se les debe proporcionar entornos de aprendizaje en LSA con compañeros sordos y referentes adultos sordos. Sin esto, los entornos escolares son inaccesibles y excluyen a los niños sordos y, por lo tanto, se los considera discriminatorios”.

Entonces, ¿Cómo mejoramos esta realidad? Desde la CAS nos plantean dos acciones: primero, que el propio Estado escuche el reclamo de la comunidad sorda para que la Lengua de Señas Argentina sea tenida en cuenta en diversos aspectos de la vida. Y segundo, un panorama más asociado a la solidaridad y la disposición a aprender: “Necesitamos más concientización y difusión. Más información y acción. Necesitamos herramientas más potentes para empoderarnos a la vez y así poder acaparar los medios masivos a nuestro alcance y hacer presencia a través de nuestras acciones, ya que somos las propias personas las conocedoras de nuestra realidad y por ende, sabemos bajo qué condiciones podemos llevar una vida digna y equitativa”.


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