Desde
su fundación, el sistema educativo argentino tuvo entre sus
objetivos la idea de “formar al ciudadano”: desde la sanción de
la Ley de Educación común 1420 (en 1884), la escuela fue concebida
como un espacio integrador y homogeneizador, que borraba las
diferencias entre los niños, en su gran mayoría inmigrantes. Al
darles una lengua y una “identidad” común, los moldeaba para que
contribuyeran como mano de obra para la transformación del país.
Esta idea “tradicional” de la
escuela subsistió durante casi un siglo y fundó las bases de lo que
la sociedad entendió durante mucho tiempo por “educación”: un
proceso que consiste básicamente en inculcar contenidos científicos
en una situación de asimetría entre quien enseña y quien aprende,
en el cual el conocimiento se mueve en forma unilateral: de “arriba”
hacia “abajo”, sin tener en cuenta las particularidades de cada
sujeto que aprende, concebido como un número más dentro del sistema
educativo.
Sin
embargo, y a pesar de la globalidad del sistema educativo argentino,
existieron referentes que pensaron que otra forma de educar era
posible. Una de ellas fue Olga Cossettini, una maestra santafecina
que dedicó su vida a transformar la escuela tradicional, la cual
recurría al castigo como recurso pedagógico y era ajena a la
realidad social. En 1930 Cossettini fundó la Escuela Activa, una
experiencia novedosa en la que se impulsaba la educación de los
niños y niñas, convirtiéndolos en protagonistas del aprendizaje y
no sólo los destinatarios.
A
diferencia de los establecimientos educativos tradicionales -también
llamados “normales”, en referencia a ciertos parámetros que, sin
distinción de contextos sociales, todas las escuelas debían
cumplir- la Escuela Activa planteaba un gran
respeto por la personalidad infantil, rechazando toda forma de
discriminación y sosteniendo la igualdad en consideración a los
niños de diversas procedencias, ratificando la aceptación de la
pluralidad social, económica y política como substrato republicano.
La
Escuela Activa se caracteriza por sus aulas alegres, dinámicas y
bulliciosas, ya que se trabaja en forma creativa y colaborativa,
lejos del estereotipo del maestro que “baja contenidos” sin la
participación
del alumno. Desde sus inicios, este tipo de educación se caracterizó
por garantizar dentro de las aulas un ambiente de convivencia entre
maestros y alumnos, en el que siempre esté presente la cooperación
y el trabajo en común. Esta mirada plantea que el maestro es la
figura emocionalmente más cercana a los niños, ya que es él quien
guía, quien colabora con ellos, quien ayuda a tomar decisiones,
quien proporciona fuentes de información, quien respeta y genera
respeto; esta figura no amenaza ni intimida ni limita. Esta relación
maestro-alumno hace posible un tipo de niño capaz de amar, de
comprender y de respetar a los demás, en justa correspondencia con
el amor, la comprensión y el respeto que recibe.
En
la actualidad, son muchas las escuelas que están replanteándose las
viejas ideas en torno a qué tipo de educación queremos para
nuestros chicos: ¿es lógico pensar que seres humanos que son
diferentes deban aprender al mismo tormo, de la misma forma y los
mismos contenidos?
El
movimiento a favor de la Educación Viva se cuestiona los postulados
fundantes del sistema educativo y propone pensar
nuevas formas de educar que no se basen en repetir “saberes”
seleccionados por un organismo del Estado sin consideración de las
diferencias y las particularidades propias de cada niño. Por el
contrario, destaca que parte indispensable del proceso de enseñanza
y aprendizaje es darle a quien aprende la libertad de elegir
qué aprender y descubrir cuál es la mejor forma para hacerlo. La
idea de una Educación Viva pretende respetar el ser particular de
cada niño y generar una relación
fundamentada en el respeto, la comprensión y la igualdad.
Entre
los antecedentes de esta forma de educar podemos encontrar la
pedagogía Waldorf, que tiene sus orígenes en la investigación del
científico y pensador austríaco Rudolf Steiner. De acuerdo a la
filosofía de Steiner, el ser humano es una individualidad de
espíritu, alma, y cuerpo, cuyas capacidades se despliegan en tres
etapas de desarrollo hacia la madurez del adulto: primera infancia,
niñez, y adolescencia. La pedagogía Waldorf –que toma su nombre
del lugar donde se fundó la primera escuela- propone la educación
como un desarrollo hacia la libertad individual, incorporando la
expresión artística como un medio de aprendizaje en las materias
curriculares. El canto, la música o la pintura no sólo tienen sus
clases especiales sino que también se la utiliza en las de
matemática, lengua o ciencias sociales para incorporar conocimientos
específicos.
La
UNESCO apoya y promueve esta pedagogía destacando la educación que
en el niño logra sin descuidar los aspectos relacionados con su
salud física y emocional. La pedagogía Waldorf divide la evaluación
de los niños en tres septenios: la infancia temprana, la infancia
intermedia y la adolescencia. Durante el primer período, los niños
pequeños aprenden mediante sus sentidos y responden con la forma más
activa de conocimiento: la imitación. El entorno, pues, debe ofrecer
al pequeño abundantes elementos positivos para ser imitados y
oportunidades para el juego creativo. En la infancia intermedia, que
comienza a los siete años, la tarea del educador es traducir todo lo
que el niño necesita conocer sobre el mundo al idioma de la
imaginación. Vistos a través de la lente de la imaginación, la
naturaleza, el mundo de los números, las matemáticas, las formas
geométricas, y las tareas prácticas del mundo es recordado y
aprendido. Los años de la escuela primaria son el momento para
educar la "inteligencia sensitiva". Finalmente, durante la
etapa adolescente – de los 14 a los 21 años- la personalidad
celebra su independencia y busca explorar el mundo una vez más de
manera distinta. En su interior, la joven persona ha madurado
silenciosamente y está listo para conocer desde la particularidad de
su propio ser.
En
definitiva, hoy en día sabemos que educar es un proceso que va mucho
más allá de la adquisición de ciertos contenidos
académicos; los diversos sistemas educativos deben respetar las
particularidades de cada sujeto que aprende y tener en cuenta su
contexto económico y social. Ya a principios del siglo pasado la
pedagoga italiana María Montessori planteaba que la educación se
basa en un triángulo conformado por tres vértices: niño, ambiente
y amor. Sólo en un espacio en el cual el niño se sintiera realmente
valorado, respetado y contenido, acompañado por un ambiente sano y
ordenado, sería posible un aprendizaje real.
Hoy
en día los postulados del Método Montessori se vuelven cada vez más
necesarios: en un mundo hiperconectado, en el cual las relaciones
humanas se vuelven cada vez más mediatizadas, podemos elegir educar
a nuestros hijos de una forma nueva, más respetuosa y humana. Según
la filosofía de María Montessori el rol del adulto es guiar al
niño, ser un observador, estar en continuo aprendizaje y desarrollo
personal. El verdadero educador está al servicio del niño educando
y debe de cultivar en él la humildad, la responsabilidad y el amor.
por Nadia Schiavinato
doc james
ResponderEliminarHola, mi nombre es Dr. James Henry del Hospital Docente de la Universidad de Benin, soy especialista en cirugía de órganos y compra de órganos humanos que quieren vender, y estamos ubicados en Nigeria, EE. UU. Y Malasia, pero nuestro la oficina central se encuentra en Nigeria. ¿Está interesado en vender su riñón o vender cualquier parte de su órgano del cuerpo? Contáctenos para obtener más información. Contáctanos a través de
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Salud,
Dr. james
CEO
UNIVERSIDAD DE BENIN HOSPITAL DE ENSEÑANZA.
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